miércoles, 24 de febrero de 2010

Servicio Militar Patriótico-Obligatorio: mi testimonio (Parte II).

El traslado fue en la madrugada, luego de una espera que se percibió interminable. Sentados en un camión militar, con la esperanza, a partir de ese momento, de cumplir con vida lo ordenado por quienes auguraban seguir detentando el poder político a través de una generación de jóvenes secuestrados. Y los que éramos, a esa hora del alba, rumiamos el futuro eventual, en silencio y metidos los rostros desencajados entre las rodillas. El vaivén del traslado, percibiendo las calles vacías, observando la ciudad dormida, sin perder de vista, una que otra luminaria encendida y las banquetas ausentes de vida, fue una estampa cíclica, repetida, que se quedo guardada por su permanente duplicación. La subida a la loma de Tiscapa, antiguamente bunker del dictador Somoza, y ahora, celda carcelaria de la juventud nicaragüense, fue un estrépito en el estomago, un fragor en el corazón. Y la orden de: -¡Bájense!- semejo un temblor interminable. La fila en la oscuridad del crepúsculo se hizo imperecedera en la danza de las penumbras. Un adolescente proveniente del barrio Monseñor Lezcano, más oscuro su rostro que la opacidad de la incertidumbre, temblando sus labios alcanzo preguntarme: -nos moriremos?- y mi respuesta fue adentrarme en sus ojos para compartir su miedo.

La medición antropomórfica y la respuesta a la pregunta de: -escolaridad?- fueron incidentes determinantes para resolver el enigma de mi ubicación. Una dependencia de contrainteligencia militar del EPS fue el cometido. Recibido mi próximo paradero, experimenté otra faceta en el inacabable dilema de mi futuro. Extrapolé una batalla cruenta disfrazada de temeraridad y titubeo. Defendiendo ideales ajenos a mis principios, en su mayoría, no a totalidad. Las causas de las diversas revoluciones que leí, oscilaban en un péndulo amplio de orígenes. Los rostros de Carranza y Madero quedaron grabados en mi receptibilidad de adolescente y la gesta de Sandino me ayudo a comprender su lucha e igualmente llenarme de coraje contra el intervencionismo estadunidense. Mi padre guardaba celosamente una efigie del General de Hombres Libres en la última gaveta de su archivero. Mi imaginación me transfirió a una aproximación del significado de los dobleces de la boina del compañero Uliánov, y mi curiosidad por adentrarme a la influyente filosofía de Karl Heinrich Marx, expandió mi conocimiento de entonces respecto al socialismo científico. Grandes e imponentes acontecimientos en aproximación a un universo de pensamientos coherentes y con objetivos definidos, y que en el terruño fueron raptados del tálamo del conocimiento mundial por tránsfugas de la promiscuidad mental y provocaron la irracionalidad, la sinrazón, el fallecimiento de nueva y existente vida, y conminaron al dolor a un disfraz mordazmente tangible. La zozobra placentera de las emisiones nocturnas y clandestinas de la proscrita Radio Sandino simpatizo con atinarle al dial en el pequeño radio receptor ubicado estratégicamente en una esquina del mueble de rojizo roble donde mi madre guardaba la cerámica de las navidades pasadas. El asalto al Palacio Nacional, los combates en el frente sur ocupaban el éxtasis de mi tío, el sargento retirado de la Guardia Nacional, Virgilio Saavedra, y los eventos se sucedían provocando los posteriores comentarios, cada mañana con los vecinos, tomando como excusa amontonar en un sitio determinado, la basura acumulada en la banqueta por los orgullos de la india, señoriales árboles de floraciones púrpura y rosa, que adornaban el frente de mi casa. Y entre estos sucesos, mi adolescencia arrebatada fundo porciones de certidumbre para enfrentar la obligación de satisfacer la demanda militarista impuesta por los cómplices del homicida de mi padre. Mi lealtad y solidaridad con las carencias de mi madre, impuestas por su edad y mi deseo de vivir tranquilamente en el país donde nací, conservaron su código de importancia solamente en mi personal escala de afectos. Ese año mi padre cumplió 6 años de ser ultimado en el parque del reparto El Dorado. Un grupo de aquellos exaltados embriones de una malograda generación de seudorevolucionarios usurparon la potestad de Dios sobre muchas vidas en la antesala a la retirada hacia Masaya.

Al Poeta Carpintero, Pedro Pablo Espinoza Monterrey, le saquearon la vida, excusando la agresión en la soez caricatura de la irracionalidad. Saltearon su vida por razón de un gravamen al odio inexplicable, al resentimiento insondable, incomprensible. El arbitrio al resentimiento agravado por los vapores etílicos y recrudecidos por los efluvios mariguanezcos, fueron los antivalores que cultivaron desde entonces quienes se arrogaron el poder de la muerte. En la Altamira D’Este de mi infancia, vi intoxicarse en una esquina, con los entonces conocidos toxicómanos y alcohólicos de la colonia, a quien en posteriores años sería miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, ex Viceministro del Interior y ex alcalde de Managua. Y señalado, ante el cuestionamiento de la sociedad, por sus secuaces efeselenistas como el sicario de mi padre. De esa estatura moral y ética era uno de los ideólogos que conducía, en términos de su propio infierno, a una joven Nación hambrienta de justicia. A través de sus propias y ocultas adicciones, se erigió como un tótem de la modernidad y la ecuanimidad, para terminar rodando por el fango y estiércol de la falsedad. La morfinomaníaca asonada de este sujeto con propensión a la transgresión, seguramente transitó entre la colorida gama de sus delirios y su facineroso desorden mental a convocatoria del caos de su mundo interior. La hipótesis de ser removido de la Alcaldía de Managua por su desacuerdo con Daniel Ortega Saavedra, le confiere créditos de una mínima intelectualidad a este atormentado y mustio, insignificante e impopular personaje. Y los días continuaron abrevando del tránsito cotidiano de los camiones cargados de batallones de jóvenes conducidos hacia los diferentes frentes de guerra y las añoranzas y meditaciones tragadas a golpe, se enrumbaron hacia el lugar donde un uniforme verde olivo dirigió cada vez con mayor vehemencia su dedo interrogador.

Mastique la infidelidad enfundado en aquel uniforme. Y el reto de reparar las contradicciones se sucedió cada mañana, cada mediodía y cada atardecer. El sargento López vociferaba instrucciones entre mi ansia de libertad y mi abstracción de sitio y tiempo. Nunca estuve ahí y estando ahí, me coludí con el antagonismo. El sudor y el ensimismamiento corrieron por las fechas del calendario mientras se provocaba mi cambio al autómata que yo entregaría. Del entrenamiento básico pasé a la escuela Germán Pomares, un sitio distante, sobre la carretera al departamento a León. Ahí hice un círculo de conocidos, condiscípulos del desorden y camaradas del caos. En las barracas ambientadas de humo de cigarrillo, palabras altisonantes, amenazas entre pandillas rivales y que confluyeron sospechosamente, uno que otro homosexual que buscaba ser favorecido, se poso el tedio, el fastidio, la monotonía. El cansancio luego de las clases y el entrenamiento físico fue la mejor excusa para tirarse sobre el pasto seco cercano a las pocilgas donde dormíamos y soñar una fuente de agua fresca en el medio del mar. En una ocasión, esta abstracción fue interrumpida por uno de los vigías que grito con la suficiente fuerza mis apellidos exigiendo mi presencia en la puerta de entrada. Y ahí estaba la camioneta amarilla marca Hyundai tan familiar, estacionada a un lado. Al acercarme al portón ella también lo hizo y fue la primera vez que nos encontramos luego de muchos meses de incomunicación. Ignoro hasta la fecha como me ubico. Luego del saludo solicite permiso para su ingreso y fue concedido. Ya dentro, caminamos en silencio, solamente mirándonos y ninguna sonrisa se esbozo ni en su rostro ni el mío. Al sentarnos uno frente al otro, tome sus manos y me trasporte hacia nuestro noviazgo en libertad por el verde de sus ojos. De una canasta bordada en madera extrajo todo un banquete, sobresaliendo un depósito de plástico transparente conteniendo, para mí, innumerables piezas de pollo empanizado. Las latas de jugo de pera y durazno, el pan recientemente horneado, las cebollas en escabeche y una bolsa de unos 400 gramos de dulces fue el complemento a la declaración explícita del amor de aquella bella joven. La despedida fue difícil pues se corría el rumor que pronto seriamos nuevamente trasladados y por obvias razones, se desconocía nuestro próximo destino. La humedad de sus lagrimas se confundieron con el sudor de mi guerrera verde olivo y prometí volver a ella. Me quede observando como la camioneta amarilla se perdía entre el ocre y la lejanía de la desierta carretera. El chele había quedado al cuido de los alimentos. Convoque a mis cercanos y comimos y luego, nos sentamos, apoyadas nuestras espaldas sobre las enmohecidas tablas del refugio. Y en el silencio circundante solo entorpecido por el ruido de voces lejanas, cada uno de mis compañeros me agradeció por compartir mi comida y le respondí a cada uno muy quedamente: -Te agradecemos Dios por estos alimentos que tu nos has proveído, amén!-.

En un lugar entre Matagalpa y la RAAN recibí una nueva notificación de traslado. Llegué al Complejo Ajax Delgado muy de mañana, luego de haber comido como pelón de hospicio en la casa de mi madre y de haber dormido en la tranquilidad y seguridad de mi cuarto. Me indicaron mi litera y me entregaron mi nuevo uniforme. Luego de recibir nuevas instrucciones y de otro tipo de acondicionamiento físico, cavile las razones de la transferencia. Sin poder validar ninguna de mis hipótesis, opte por enfrentar mi nuevo reto y que los días pasaran sin sobresaltos hasta mi licenciamiento. Fui integrado a operaciones contra las pandillas de jóvenes delincuentes y bandas de desertores que aún poseían sus armas de reglamento. Los escenarios fueron varios y los de mayor incidencia: barrio René Schick, la Fuente, Monseñor Lezcano, Mercado Oriental, Barrio Cuba, entre otros. En 1986, el sobresaliente autodidacta de la disciplina del autoritarismo, Daniel Ortega Saavedra decreta el cierre de Radio Católica; Vinicio Cerezo toma posesión como Presidente de Guatemala; el transbordador Challenger estalla luego de su despegue; Óscar Arias es elegido nuevo Presidente de Costa Rica; la Corte Internacional de Justicia de la Haya falla a favor de Nicaragua en la querella contra el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica; en Wembley, la banda Queen ofrece un concierto; Ronald Reagan y Mijail Gorbachov se reúnen en Reikiavik y mueren Juan Rulfo y Jorge Luis Borges. Se destapa el escándalo Irán-Contras en el congreso estadunidense y se detiene todo apoyo económico a la contrarrevolución nicaragüense. Por otro lado, la incapacidad económica del gobierno efeselenista para continuar financiando su impopular guerra, sumado al retiro del apoyo de la extinta URSS, obligaron la firma de los acuerdos de Esquipulas. El 25 de Mayo de ese año se firmó el Acuerdo de Esquipulas I y lo relevante de éste, fue el compromiso de los gobernantes centroamericanos por encontrar soluciones comunes en lo relacionado al mantenimiento de la paz y el desarrollo regional. Se acordó la creación del Parlamento Centroamericano. Los miembros estarían comprometidos a respetar los derechos humanos, fomentar el pluralismo democrático, la integridad territorial y el derecho de todas las naciones a determinar libremente, sin injerencias externas, su modelo económico, político y social. Tras esa firma y la puesta en marcha de esas obligaciones, inició el derrumbe de la planificada dictadura efeselenista, a pesar que en 1987 la maquinaría orteguista resulto ganadora en las elecciones convocadas.

La mezcla de alcohol y drogas enardeció a aquel grupo de desertores del SMP-O y el ruidoso tableteo de las armas de guerra ensordeció a la noche y despertó el miedo de los habitantes del barrio San Judas gracias al viaje centellante de los plomos. Las trazadoras iluminaban de vértigo la opacidad. Los gritos entre los patrulleros para determinar ubicaciones raspo de espanto los chillidos aterrados de los niños. Los motores encendidos cantando su himno de violencia y las luces dirigidas hacia el origen de los disparos de los infractores trajeron el colofón que en Nicaragua se libraban dos guerras. El avance fue lento y los disparos cruzados temerarios e irreflexivos. Muchos de los actores de estos trágicos incidentes conocíamos de alguna manera el rostro bivalente de las hostilidades. La madrugada con su tono bermejo arrastrando al cansancio y la estrategia de aguardar se acabaran las municiones, provoco una rápida incursión y el apresamiento sin bajas de los transgresores. Mi último día de pesadilla había terminado. Mi retorno a las aulas universitarias era una realidad.


Juan Espinoza Cuadra
Febrero de MMX
México.

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