miércoles, 5 de mayo de 2010

“La ensalada de frutas frente al Cine Salinas”

En el barrio Riguero hay un punto de referencia: la refresquería frente al antiguo Cine Salinas, donde venden la más rica ensalada de frutas de Managua. Recuerdo que mi padre nos llevaba a mis hermanos mayores y a mi madre a este cine y luego del placer de haber disfrutado la película, esperábamos la invitación paterna de ir a degustar un sabroso vaso de ensalada de frutas. Fuera del cine se apostaba una suerte de vendedores ambulantes ofreciendo algodón de azúcar, con su característico color rosa; los “hot-dogs” cuya preparación culminaba con una ensalada de repollo cocido sabor vinagre que destacaba sobre la mostaza, la mayonesa y el kétchup. Las bolsas de jocotes con sal, las de mango verde aderezadas con una solución de vinagre con chile. Las marchantas con sus viandas repletas de las golosinas de la época y los infaltables cigarrillos al detalle. Además, los vendedores ambulantes provenientes de Masaya y Granada con sus deliciosas cajetas de coco en colores rosa y café. Las luces de la marquesina, los claxon de los automóviles, el bullicio, las personas saliendo y entrando del cine o los que solamente se acercaban a aquel pequeño mercado para adquirir algún manjar, son los recuerdos de mi infancia en las tardes-noches calurosas de día domingo.

El terremoto de 1972 acabo con una de estas facetas. Y para mí, el barrio Riguero siguió siendo un territorio inexplorado. Y así se quedo. Mis incursiones lejos de la casa de mi madre fueron muy pocas. Tuvo que ver mi cortedad y la vigilancia constante de Bertha Cuadra. Mi siguiente domicilio fue relativamente cerca: Altamira D’Este, la casa de la hermana mayor de mi madre. La angustia y tristeza por la muerte de mi madre y la inestabilidad política de esos años no procuraron ni una visita esporádica al establecimiento cercano al otrora Cine Salinas. Los años posteriores al terremoto se sucedieron entre la casa de mi abuela paterna en la colonia Máximo Jerez, la ciudad de Diriamba y la casa de Altamira D’Este. Luego de la insurrección de 1979 y consecuentemente del asesinato de mi padre y yo con más años, con menos vigilancia, los recuerdos de la ensalada de frutas, fueron suficientes motivos para invitarme a incursionar las cercanías del antiguo Cine Salinas en busca de un vaso saturado de hielo y cuyo contenido buscaba aproximar el sabor de la ensalada de frutas de mi infancia.

El lugar no había cambiado mucho. El trato seguía siendo amable y cordial por parte de los prestadores del servicio. Logré reconocer a una señora, para ese momento, ya de edad avanzada y que en mi niñez se dirigió con mucho cariño hacia mí. La salude con la seguridad que no me reconocería. Tome asiento en una de las butacas de madera y aguarde. En un vaso de vidrio, sencillo, dadas las precarias condiciones económicas en las que el régimen frentesandinista había sumido a la población, tuve frente lo tantamente anhelado: mi vaso de ensalada de frutas con un popote y una cuchara plástica.

Con el primer sorbo se vino una cascada de recuerdos donde navegaron los rostros de mi padre, de mi madre, de mis hermanos. Percibí los aromas de las tardes soleadas de los domingos de mi niñez. Distinguí los rostros desconocidos de las familias que acudían al esparcimiento al igual que nosotros. Aprecié el llanto de los niños agobiados por el calor dentro de las instalaciones del Cine Salinas, a pesar de los grandes ventiladores a máxima revoluciones. Abrí mis ojos y tome en mi mano derecha la cuchara de plástico y la hundí en el agua color durazno en busca de los trozos de piña, de papaya, de plátano. En silencio, mastique el recuerdo en mi presente. Me percaté de la ausencia de mis otrora acompañantes. No quise seguir pensando y preste mi atención a disfrutar los sabores. Cuando el vaso estuvo vacío coloque el popote y la cuchara de plástico en su interior. Lo tomé y me dirigí hacia la anciana y lo extendí hacia sus manos. Ella no miro el vaso y si mis ojos. Pregunte lo que le debía. Pagué y la vi nuevamente a los ojos. Las gracias que le prodigue aquella tarde son como un vuelo de gaviotas: una algarabía de pasado en una maraña que aún se desenreda por estos días.


Juan Espinoza Cuadra
México
Mayo de MMX

1 comentario:

  1. Un relato pasado y a la vez tan fresco en la memoria del autor. No me esforcé mucho para transportarme a lo descrito por Juan, pese a que nací mucho después del terremoto del '72. Me gustó lo que leí.

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